conoce a san marcos
  los mitos y leyendas de san marcos
 
Leyenda de La Marquesita
En la historia de la iniciación del municipio de San Marcos se hace necesario hablar de una mujer de gran temple en su carácter, decisión de mando y belleza, cuyo nombre era Isabel Madariaga, a quien apodaban Marquesita. Cuentan que su hacienda poseía tantos vacunos, que en la construcción de los corrales y cuadras se empleaban centenares de pieles de buey, con notable beneficio para los bejucos silvestres; dicen que convertía en novillos cada binde o comején de la hacienda, con solo darles una patada. Su pasatiempo consistía en criar palomas, y eran tantas las que tenía que en las mañanas y por las tardes se oscurecía el cielo con su ida y venida. Su riqueza era tan grande que cuando sacaban las monedas de oro y plata para lavarlas, daba un aspecto fantástico a los patios y corrales de la hacienda, ya que los discos metálicos eran puestos al sol para su secado, bajo la vigilancia de sus sirvientes más leales. Cuando murió hubo una gran conmoción en su hacienda, el ganado comenzó a bramar y a arremolinarse, las palomas levantaron vuelo y los animales domésticos huyeron al monte. Al final, sus ganados emprendieron un viaje interminable guiados por un canto de vaquería sobrenatural y eran tantos, que sus miles de pezuñas hundieron la tierra fangosa labrando un canelón, lecho por donde hoy corre el caño Carate.


CON EL MUERTO NO SE JUEGA
Se regó la noticia; murió la señora Dolores Serrano. Los primeros en llegar, Tomás Puya, Magdaleno Molina, Julio Gervasio, el Torito Pineda y Toribio Pabuena. Iban listos, con pala y barretón. La misión de siempre, cavar una sepultura de tres metros de profundidad, temprano, antes del amanecer. La costumbre de los enterradores en San Marcos, llegar a la casa del finado, tomarse el primer café y recibir la botellita de ron, para calentarse el cuerpo. Cumplido el ritual, Arrancaron. El cementerio de San Marcos quedaba fuera del pueblo, sector de San Marquito. Una extensión de terreno plano, cubierto de sabana fresca, de playón, donde pastaban reses, caballos y burros callejeros, y suficiente espacio para enterraren el suelo. El frente estaba cercado de material, con una rancha de zinc a la entrada; la parte trasera escueta, de libre acceso. De trecho en trecho, las bóvedas de los ricos, pintadas de blanco, pero abrazadas por frondosos árboles de higo enraizados, cuya frialdad inspiraba miedo. Al fondo, la Latica, una quebrada de agua viva, donde se bañaban los muchachos los fines de semana.
Empezaron la tarea; a medio metro de profundidad se hallaron con la cabeza de un muerto viejo, ya desarticulada. Dicen que gente junta es mala, les llamó la atención el cóncolo del cráneo por su parecido a una totuma recién raspada. La limpiaron; con un buche de ron la lavaron y empezaron a servirse el trago en “la totuma del muerto”. Magdaleno Molina no aceptó el juego. -El muerto se respeta! – dijo – y tomaba en el pocilio que llevaron. Más adelante los previno – abran el ojo con la cabeza de ese muerto, acuérdense que tenemos que volver en la noche.- Otra palada de tierra y se hallaron un envuelto; contenía unos alfileres, un billetito de 50 pesos y monedas. Estos procedimientos los utilizan algunas brujas de pueblo, compran tierra del cementerio para salar al enemigo. Entre risas de burla, limpiaron el pequeño botín y mandaron por más botellas de ron.
Tragos van y tragos vienen; les rendía el trabajo, ya iban dos metros abajo. Con el sol poniente, acordaron suspender, comer y regresar por la noche. El propósito era dejar la sepultura lista antes de amanecer: echarse un sueñito, cambiarse de ropa y estar temprano en el entierro. En esos pueblos no había luz eléctrica; en los velorios se colocaban hasta 1 5 mechones de petróleo a lo largo de la cerca, y en la puerta, una lámpara de gasolina. Los enterradores comieron abundantemente; les habían matado tres gallinas, sólo para ellos. Tomaron café caliente, recién colado en bolsa, se echaron los primeros cuentos para iniciar la vigilia, dejar el velorio animado, y arrancaron de nuevo. Llevaban dos lámparas de tubo para alumbrarse, ron suficiente y tabaco “montao en burro”. Bien apertrechados, se desplazaban presurosos y de vez en cuando se “metían” el petacazo de ron.
Esos cementerios son impresionantes de noche. La luna resalta con frialdad el blanco de las tumbas, el bulto de los comejenes y las cruces de  sepulturas viejas.   Murciélagos,   buhos,   lechuzas  y totumeros revolotean y lanzan cantos misteriosos, que hasta producen miedo. El grupo se acercaba bullicioso a la luz de las lámparas de tubo; los vecinos, acostumbrados, preguntaban lo de siempre, “quién murió”. Contestaban y seguían. Faltando unos 20 metros, Julio Gervasio pegó un grito de monte con guapirreo, para darse ánimo. Pero no había terminado el quejido estremecedor que los frenó en seco. Gervasio quiso gritar de nuevo pero un nudo en la garganta se lo impidió; ya estaba el segundo quejido. Del cielo se desgajó un lucero, se oyó el canto de una lechuza, y se sintió una brisa fría Enseguida el tercer quejido, ya más fuerte y más cerca. -¡El muerto! – gritó Tomás Puya. El espanto fue grande; las lámparas rodaron por el suelo, los tabacos regados en el camino. El quejido los perseguía, en la carrera nadie se atrevía a mirar para atrás ni quedarse de los otros. Llegaron a la carretera tan resollones, que no podían hablar. -Yo se los dije – alcanzó a sentenciar Magdaleno Molina.- Con los muertos no se juega. – Nadie respondió. Salió a relucir la totuma del muerto y las monedas del entierro.- Vean ustedes lo que nos ha pasado; yo no regreso a ese cementerio de noche… vacie!.. Yo tampoco, yo tampoco, coincidieron, y se regresaron al velorio; nadie se atrevió a acostarse. Pasaron la noche en vela, cada cual contando lo sucedido a su manera. Hubo uno que hasta sintió una mano fría en el hombro. Amanecieron, se tomaron el primer café de la mañana y, ya desayunados, armaron de nuevo el viaje – “Vamos a ver qué es lo que es”. La llegada fue cautelosa; miraban para todas partes. Julio Gervasio lanzó un grito de desafío, y preciso, de nuevo se desató la quejumbre que hacía temblar la tierra. Pero ya con la luz del día las cosas eran a otro precio. Se acercaron a la sepultura con los ojos espernancados, y ahí estaba; una ternera cebú orejona se había ido en el hueco abierto y luchaba por salirse. Al sentir la presencia de la gente, bramaba más fuerte, como pidiendo auxilio. La burla y la risa eran inaguantables. Se criticaban entre sí, la machura del grupo.
dejarse corretear de una ternera. -Y lo guapo que son delante de la pobre mujé! Bueno – sírvelo. Que sea por la felicidad del muerto y la sacada de la ternera.
Buscaron la totuma del muerto y sirvieron. -¡Pauta vieja! – gritó Tomás – En esa totuma no bebo yo. Anoche fue una ternera, mañana puede ser un muerto de verdad. Magdaleno Molina agregó – ‘Tengan juicio…. con las vainas de los muertos no se Juega”.































 
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